26 sept 2011

Latiendo


Si un día tengo que elegir, preferiría perder el corazón antes de perder mi capacidad de amar.
Desde hace un tiempo, entre muchas de las clasificaciones que solemos hacer de la gente en función de infinitos criterios, yo tengo claro que, por lo menos, hay dos clases de personas: las que son capaces y quieren amar, y las que no son capaces o no quieren amar.

Me siento afortunada hasta el momento de poder formar parte del primer grupo. Y de querer a una persona que también forma parte de él. Ahora más que nunca, la capacidad para querer y dar de mí a una persona me llena por dentro, me da vida, me permite sentir todo lo maravilloso que pasa a mi alrededor y también dentro de mí.

Creo que el cariño es una de las pocas cosas que, a la larga, te es devuelto en aquella cantidad que tú hayas aportado al mundo. A veces hay que esperar a que ello llegue. El mundo no siempre es equilibrado a corto plazo. Pero, como la gasolina que mueve nuestras vidas, es siempre necesario dar para estar en movimiento.

Es grato saber que precisamente esa capacidad de amar te permite descubrir, experimentar, sentir y vivir aquello que otros no pueden. Y comprobar la de cosas maravillosas que ello te aporta. Es como tener el privilegio de llegar a un lugar más alto, como sobre una nube, desde el que divisarlo todo, desde el que respirar un aire más fresco y puro, desde el que sentir el movimiento de la tierra con más vibración y pulso.

A quien le falta la vista, puede vivir sin ella. Quien no puede oír, puede vivir sin ello. Quien no tiene piernas, no tiene casa, no tiene trabajo o no tiene familia, puede vivir perfectamente.

Pero lo último que me gustaría un día es perder la única parte de mi cuerpo que verdaderamente sí que me impediría vivir: la capacidad de amar.



22 sept 2011

Filosofía de vida

Al final, las cosas que nos pasan a las personas son prácticamente idénticas. Las cosas, los lugares donde vivimos, lo que hacemos y dejamos de hacer, el tiempo, lo que nos rodea, lo que nos sucede, la época, lo que comemos, dormimos, soñamos, vemos, oímos. Todo es siempre lo mismo. Una sucesión de constantes en todos y cada uno de nosotros, que empiezan en el hecho de nacer y acaban en el hecho de morir. Idéntico en todos.

Lo que nos diferencia tanto a unas personas de otras es cómo lo percibimos, cómo lo vivimos, cómo lo sentimos y cómo actuamos ante todo ello.

Ésa es la clave: el cómo.

Y en función de ese cómo de cada uno, así transcurre cada vida.



17 sept 2011

Días, años, siglos... ¡acción!

Esta mañana mientras caminaba deprisa por la calle me detuve en una idea que ya llevaba pululando por mi mente unos días. A veces el tiempo se esfuma sin darnos apenas cuenta, y otras veces, qué difícil resulta que avancen las agujas del reloj. Es curiosa nuestra forma de percibir el tiempo. Últimamente, con la intensidad con la que fluye mi vida, si midiera el tiempo en cosas que hago, lugares que visito, personas que conozco, palabras que hablo, podría decir que están pasando años. Y sin embargo, ha habido momentos que seguramente hayan sido años enteros, de los que recuerdo haber hecho más bien poco (prácticamente se reduce a una sola palabra: estudiar).   

Yo creo que la duda que se puso pesada en mi mente fue la siguiente: si caminamos más deprisa, ¿acaso no recorremos más espacio? Entonces si vivimos más cosas, ¿por qué no vamos a recorrer más tiempo? 

Y al final no es una cuestión de percepción, de psicología, de filosofía ni siquiera de antropología. Todo se reduce a la matemática. El tiempo es relativo. Curiosamente, mientras leía la vida de uno de mis personajes favoritos de televisión, la agente Scully (de Expediente X), recalé hace tiempo en algo que me llamó mucho la atención: la paradoja de los gemelos, de Albert Einstein. Según Einstein, el tiempo de un objeto visto por un observador externo pasa más lentamente a medida que aumenta su movimiento lineal, lo que se demostró con relojes atómicos sincronizados: mientras uno permanece en la Tierra, el otro es sometido a un viaje muy rápido (por ejemplo, en un reactor); al compararlos, el estacionario está algo más avanzado que el móvil. Einstein puso de ejemplo la famosa paradoja de los gemelos, en la que se explica que un hombre viaja al espacio casi a la velocidad de la luz dejando en la tierra a su hermano gemelo. Al volver en la tierra han pasado 50 años pero para el viajero únicamente han pasado unos 20.

¿Ocurrirá también esto con distintos momentos de una propia vida? Y si es así, ¿por qué seguimos empeñados en medir la madurez de una persona, su experiencia en la vida, sus conocimientos, de una única y obstinada forma? ¿No son las hojas del calendario algo de lo más absoluto que existe? ¿Tiene esto algo que ver con la realidad del tiempo? ¿Con nuestras vidas? ¿No es una tremenda simplificación? Que sea útil para compararnos unos seres a otros, lo entiendo. Pero a veces le damos más importancia de la que tiene. Será que se avecina mi cumpleaños y estoy un poco escéptica...

Lo que queda es pensar en el tiempo como algo relativo. Y quizá la mejor forma de medir el tiempo, sea vivir la vida viviéndola.   

Y es probable que todo este post sea sólo una excusa para poner esta canción que me encanta y me ha dado una energía tremenda para vivir el día de hoy. ¿O debería decir el siglo de hoy?



Esencia





"Aunque el ratón y el ángel, la tristeza y la alegría dependen igualmente de Dios, no puede el ratón ser una especie de ángel, ni la tristeza una especie de alegría."


SPINOZA, Carta XXIII, Gebbardt, vol. IV, p. 149


2 sept 2011

Acupuntura auditiva


"La libertad de perderse en una experiencia musical se basa en que la música es capaz de ocupar la atención del oyente impidiendo el acceso de distracciones acústicas rivales. Tanto el esquema sonoro de una ejecución musical como el relativo aislamiento del entorno interpretativo cooperan para permitir al oyente aislarse, al menos durante un tiempo, de las intensidades acústicas y las realidades impredecibles de la existencia diaria. Por tanto, la función de la música es, en parte, anestésica: una acupuntura auditiva, por decirlo de algún modo, que crea una perturbación local tolerable como medio de protección contra un trastorno todavía mayor. La liberación de ese trastorno adverso aparece reconocida en los protocolos de la asistencia a los conciertos. Se juzga una falta de consideración que los oyentes tosan o permitan que suenen sus móviles. El aplayso, sin embargo, es totalmente distinto, tanto para la acústica como para la percepción."


La música como concepto, Robin Maconie