6 abr 2011

Perderse en el espejo retrovisor

Puede ser que nunca aprendiéramos a conducir muy rápido y que todos los coches nos adelanten por la carretera. Y eso nos haga sentir ridículos alguna vez.

Hasta que un buen día una perdiz decide cruzarse por delante de tu camino, cuando vienes conduciendo despacio tú sola y nadie más te sigue porque todo el mundo se ha marchado corriendo a buscar la felicidad.
Entonces te das cuenta que a veces tiene sentido ir despacio. No lo digo por mirar el bello paisaje, aunque también. Gracias a eso, la perdiz podrá cuidar a su familia y buscar su felicidad fuera de las ruedas del coche de algún imprudente. Y ese imprudente, de tan rápido, se ha marchado y no ha visto la felicidad cuando la tenía justo justo delante.

Hay cosas que, cuando creías que estabas olvidada en el fin del mundo, te vuelven a hacer sonreír. Y casi siempre las cosas más curiosas, las que te hacen feliz por un instante, no se encuentran yendo el primero de la fila, sino cuando te permites el lujo de ir al final de la cola, olvidarte de esa cola y de lo demás, y dedicarte simplemente a disfrutar de la vida.

Se trata de algo así como recoger la belleza que los demás desperdician con su frenético ritmo de sabios.

Y yo últimamente me estoy acostumbrando demasiado a ir la última. Pero es que, sencillamente, me encanta. Y me pone de muy buen humor, además.


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