¿Por qué las palabras esdrújulas son tan poderosas y bellas? Como hace diez minutos me aburría un poco, he intentado hacer una burda imitación de uno de los capítulos más bellos de la literatura universal. El de un número que ahora no recuerdo de Rayuela, de Cortázar. Y ha salido esto:
La meloníptica prasudia de tu plánide
se deshúpria en las dólides malvas mías,
y como un cántide de sombernas sulces
llámicen los péllidos míscelos oníricos.
No son sino la mística de tus eríeos nudos,
sombríceas tomas de la dúlcida presta,
hasta emanciltar la cumbriosa álbice
de mi fétrea lúcilda que se rehubrica,
sollozos que tiernen la súlcea pélide
cuando mis ojos te miran…
Al finalizarlo, me he dado cuenta de la gran cantidad de esdrújulas que inconscientemente he creado. Caray, cómo se disfruta componiendo sin ceñirse a nada prefijado, a ninguna palabra conocida, simplemente con letras. Y sin embargo, cómo subyace siempre un cierto ritmo en nuestros sentimientos que florece a veces con una necesitada melodía que automáticamente instauramos al darle forma.
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