30 mar 2011

De la escritura y otras cosas

Por algún extraño motivo, los miércoles me devuelven una intensa necesidad de escribir que no sucede el resto de días de la semana. Tal vez sea el ritmo de las cosas. Tal vez sea el ritmo de mí misma, que no siempre coincide con el de las cosas -pero esto no es nada excepcional en las personas. Tal vez sea simplemente un fluir. Ese mismo fluir que hace que puedas pasarte dos años con la auténtica y verdadera soledad de un desierto sin historias ni personajes desarrollándose en el interior de tu cabeza, y de la noche a la mañana, ese desierto se esfume y devenga en una urbe de vistosos edificios, escondrijos misteriosos, gentes singulares y apasionantes escenas que se entretejen. Y así un par de días más. Si les prestas atención y cuidas la urbe, quizá sus vecinos decidan quedarse a vivir una temporadita a ver qué tal. Como si fuera un simcity...

El caso es que los miércoles surge cierta frescura de la pantalla del ordenador (¡ay, dónde quedaron aquellas hojas blancas, impolutas, que manchar con la tinta o el grafito!). Y escribir parece convertirse en aquello para lo que algún insensato decidió crearme con muy mala fortuna. Sin embargo, yo lo veo como si simplemente fuera una mera transmisora de la acción. No me veo actora de la situación. No hay escritor, ni siquiera escritura. Es simplemente un acto de creación, un "ha de ser dicho", un "ahí queda y ahí permanecerá siempre". Las palabras son la materialización, son la forma, son la representación de las cosas. Es un medio para transmitir esas cosas. Un poema, la letra de una canción. Como una escultura, como una imagen. Pero la esencia está en las cosas, en su acción. Real o imaginada. Ellas son el motor, son el alma. Todo lo que nos enredemos en el alrededor, será un menosprecio a la vida.

Por ello, hoy sencillamente prefiero no escribir nada (más) y devolverle al aire el tacto especial que la mañana me ha traído.


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