16 mar 2011

Por la vía de los hechos

Ayer vi el atardecer más bonito de toda mi vida. Y estaba yo sola. Pero, joder, qué bonito era. Mira que siempre he pensado que un atardecer solitario no vale la pena. Igual que un amanecer dormido, y dormido en soledad. Que para que algo sea bonito, además de presenciarlo, hay que compartirlo. Y a veces es precisamente ese hecho, compartirlo -y con quién compartirlo-, lo que eleva mil veces la belleza de las cosas. Sí, vale. Pero el atardecer de ayer fue una maldita preciosidad. No había nadie. Bueno, quizá algún otro loco conduciendo algún otro coche mientras me adelantaban a toda velocidad y se preguntaban -o no- por qué iba haciendo eses con mi coche.

Justo cuando me di cuenta de todo esto, una bandada de gansos, en una perfectísima uve, cruzaron el cielo. Y cruzaron el naranja que retumbaba en todas las cosas mientras se dirigían hacia el infinito horizonte donde atardecía. Y entonces cruzaron también a través de las cuatro sinuosas nubes del cielo profundo y de mis pupilas.

Ayer pensé en quedarme a vivir en el atardecer, y mandar todo lo demás a la mierda. Sin embargo, volvió a sonar esta canción, y yo me dejé llevar. Ahora que me doy cuenta, tal vez no sea tan mala idea dedicarse a perseguir atardeceres. Sobre todo si fueran como los de ayer. ¿Pero acaso no son siempre el mismo? Todo depende de dónde estemos o cómo los veamos. Caray, vaya tremenda maravilla...

Qué lástima no ser un ganso de aquéllos para poder volar en uve hacia donde se pierde el atardecer.


2 comentarios:

Clementine dijo...

Igual es porque soy un poco rara, pero yo disfruto mucho más de los amaneceres en compañía. Los atardeceres siempre sola.

Me gusta mucho tu blog, por cierto ;)

Punto dijo...

Gracias! :)